Hacer la crónica de los congresos de ANEFS cada vez me resulta más complicado porque viene a ser como la del año pasado, pero corregida y aumentada, con lo cual parece un ejercicio de autobombo y nada más lejos de mi objetivo, porque si ya me cuesta alabar a los que tengo cerca (conociéndolos, si tienen posibilidades y las cubren, no se les puede alabar porque su obligación era hacerlo bien y superar lo anterior), todavía odio más la loa propia o la de la gente que quiero, pero hay veces que me tengo que rendir a la evidencia y, aún en contra de mis principios, cantar y contar las excelencias del que ha hecho las cosas bien. Este es el caso de nuestro XIV congreso de ANEFS, celebrado en la localidad alavesa de Labastida.
La cosa tuvo un buen comienzo, allá por el viernes por la tarde, a pesar de los fanáticos cerriles de siempre que no ven más allá de sus propias narices y que se arrogan el papel de salvapatrias, olvidando que redentores hubo uno hace más o menos 2000 años y lo crucificaron; la cuestión es -volviendo a lo nuestro- que tras la inauguración, el amigo Candelas estuvo en su línea, no sé si nos habló de criterios en la elaboración del ataque posicional o de la filosofía oriental para resolver de los problemas de la vida, en general, y del fútbol sala, en particular, pero lo cierto es que escucharle a mí me supone un ejercicio de aprendizaje extraordinario.
A continuación celebramos nuestra asamblea anual en la que se produjo la elección como presidente de Paco Cachinero, tras catorce años de estar en el cargo Paco Beltrán. Felicidades al primer Paco y gracias al segundo.
Posteriormente prosiguió la pelea gastronómica, que se había iniciado ya en la comida del mismo viernes, y en un coqueto restaurante próximo al hotel, Petralanda, para más señas, dimos buena cuenta de una extraordinaria cena. Al término de la misma, por mor de un personal, prioritariamente femenino, competentísimo, el comedor quedó convertido, en un abrir y cerrar de ojos, en una improvisada sala de conferencias, en la que, con su maestría habitual, el amigo Pep Mari, nos descubrió los secretos de las reuniones con los jugadores (todavía no tengo muy claro lo de los cuadrados, pero serán los que tú digas, Pep).
El que suscribe, como es una persona mayor, desconoce la mesura en cuestiones culinarias, había comido excesivamente para tratarse de una cena, y era consciente de la hora del toque de diana, se retiró pronto, obviando la demostración chisteril de los expertos (entre los que se encontraba el conferenciante).
A la mañana siguiente y tras el pertinente zumo de naranja del desayuno (la noche, entre la fartera, el café y el chupito, había sido toledana), nos desplazamos en autobús hasta el coqueto pabellón de Haro (por cierto, el primer pabellón en el que no pasé calor en un congreso de ANEFS), donde Raúl Aceña primero y Diego Ríos después me sorprendieron gratamente, el primero por su exposición clara y fácilmente asimilable ( o sea, para torpes como yo) y el segundo porque, a pesar de su juventud (el habló de 28 años, pero no aparentaba más allá de los 20) tenía las ideas muy claras y da la impresión de saber manejar un vestuario de tíos con pelo en pecho (y eso que, al decir de algunos, no sé qué problemas tienes con un carné). Entremedio de ambas conferencias, de nuevo, otra lifara y el campeonato de delegaciones. Los de Euskadi revalidaron su título, pero a mí me parece que con un tufillo de pasteleo, porque hacer pasar a Duda por vasco o alguno otro más con Rh positivo tenía su dificultad, pero, en fin, no seré yo quien dude de la legitimidad de su triunfo (Aragón, con camiseta amarilla, estaba condenada al desastre y los ches hicieron un papel digno).
Llegado a este punto, una nueva fartera, en este caso fueron unas patatas riojanas y unas alubias que no sé si eran de Tolosa, pero estaban de muerte, con sus correspondientes sacramentos, preparadas por los cocineros de la sociedad gastronómica de Xikiliturri y servidas en un magnifico y acogedor parque, con mesas de cemento, bajo un cielo con nubes y claros que contribuyó a que el ambiente fuera de los más cómodo y agradable.
Por la tarde, de nuevo, mi soma se empeño en no acompañar a mi mente y tuve que irme a dormir la siesta, muy a mi pesar, por no poder escuchar a Imanol Ibarrondo hablar del coaching deportivo, no obstante, el personal me comentó que les había gustado. Después de la reconfortante siesta, el autobús nos hizo corto el recorrido de Labastida a Haro y pudimos saborear las explicaciones del vasco adoptivo, artífice de la victoria de la delegación vasca (que no me voy a callar), el amigo Duda, en su línea, sobrio, conociendo perfectamente el paño que vende y sabiéndolo vender; fue una delicia escucharle.
Y a las diez, otra monumental lifara; el restaurante Jatorrena te engaña con unos extraordinarios entrantes, que los ventilas sin rechistar por aquello de que están muy buenos y a esas horas la ganica es grande y luego te hacen sentar en el comedor, con la barriga llena, y supone un sacrilegio el dejarte alguna de esas costillicas al sarmiento que estaban de muerte y que me hicieron hasta llorar (bien es cierto que el humo que desprendían las parrillas portátiles contribuyó bastante). Mi felicitación más sincera al restaurante y a las magníficas camareras, curtidas en mil batallas, que lo hicieron francamente bien
Servido el café comenzó el gran show interpretado por ese monstruo y mejor amigo de todos que es Moisés Rodríguez (el de la tele, al decir de las camareras). Se metió cariñosamente con todo el mundo, con el alcalde de Labastida, con Narciso, con Masato, el nipón comprador del Sabadell y, sobre todos, con mi chaqueta color pistacho que, como ya había prometido en Utebo, dadas las innumerables peticiones en ese sentido, volví a lucir para tan insigne acontecimiento. (a la jodía de la duquesa de alba no se le escapa ni una).
Previamente se había procedido, en una ceremonia entrañable, al reparto de los premios ANEFS, a la entrega de las placas correspondientes al ayuntamiento del lugar, el premio especial a Paco Beltrán, el regalo a José María Villafruela (no podíais haber elegido mejor regalo), el reconocimiento a los organizadores y a sus colaboradores, en fin una fiesta guapa, que diría un posmoderno, amenizada por ese fuera de serie llamado Moisés, que se alargó hasta las dos de la madrugada.
A la mañana siguiente, con un cansancio acumulado, escuchamos a Víctor Acosta, también un gran comunicador y mejor didáctico y terminamos, quizá un poquito tarde, con Sito Rivera que también estuvo en su línea (como diría un amigo mío, sobrio y juvenil a la par que elegante), en definitiva, un gran maestro.
Y a partir de ahí, cada mochuelo a su olivo con la satisfacción de haber pasado un difícil de superar fin de semana, de haber sido tratado a cuerpo de rey, con todo el cariño del mundo y con la sensación de que nunca estaremos lo suficientemente agradecidos a la delegación de Euskadi, simplemente, por saber hacer las cosas y, además, por saber hacerlas bien
Gracias Euskadi y un fuerte abrazo